Arrebatador y salvaje. Manuel Jabois envolvió al Club Pollença con un discurso tan atractivo que por momentos tuvo algo de hipnótico. Con un magnífico y no menos lúcido Juan Tellón, los dos escritores disertaron durante casi dos horas sobre literatura, periodismo, la vida presente, pasada y futura, el amor y el desamor y la ingrata en ocasiones profesión de armar una historia y comprobar el esfuerzo que supone poner el lazo final.
Ante un patio de butacas entregado, los dos amigos transitaron por un guion no escrito y por momentos improvisado donde cada uno sacó lo mejor de sí. Eran conscientes de que tenían frente a ellos al público en el bolsillo porque quien más quien menos iba dispuesto a dejarse llevar sin otro propósito que escuchar a quien ha conseguido con el paso del tiempo domesticar la palabra y elaborar un mensaje atrayente.
Escuchándole siempre pienso por qué a mí no se me ocurrió antes decir lo que él dice. Supongo que porque existe un intangible en este mundo que se llama talento y que cae donde cae y abraza a quien abraza y a Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) le envolvió de joven en Galicia y el redactor se convirtió en periodista y el periodista en escritor y el escritor en un arquitecto de historias cortas a modo de columnas y largas en forma de libros como el que presentó en el Club Pollença, su última obra Mirafiori (Alfaguara).
El papel en blanco
Jabois no ocultó sus miedos, sus incertidumbres, sus temores y sus momentos de vértigo, no ante el papel en blanco, más bien ante el documento escrito porque es cuando las palabras se encadenan y se convierten en frases y estas en párrafos, cuando la suerte está echada. No antes.
De mirada curiosa y semblante tímido, Jabois habló de la vida y de la muerte, de las casualidades y del azar y de la costosa y por momentos dura batalla con la columna vacía que necesita completarse y no siempre hay un tema recurrente para llevarse a la boca. Porque algunos días la inspiración no llega, o la actualidad no da o simplemente la cabeza está en otras cosas. Y es ahí, en ese callejón sin salida, cuando Jabois es más Jabois que nunca y echa mano del cine, de los clásicos, de su capacidad innata para construir un edificio de palabras que en ocasiones te sacuden el alma.
Su belleza narrativa solo es comparable a su discurso fluido, certero e irónico donde las ideas se van sucediendo como los vagones de un tren infinito. Y te habla del más allá como si lo tuvieras a la vuelta de la esquina y como sucede en Mirafiori, edifica una trama fantasmagórica que te atrapa como lo hacían los fantasmas de Dickens, pero envueltos en la pluma y el estilo Jabois. No llegan a asustar. Sencillamente te atrapan y cuando te quieres dar cuenta, estas encadenado a la historia y sin posibilidad de poder escapar.