Miquel Alzamora. Febrero 2024. Tengo comprobado que tardo más en venir al trabajo a pie que regresar posteriormente a casa. Una lectura simplista indicaría que tengo más ganas de irme que de llegar. Puede ser, pero lo cierto es que para ir al periódico suelo hacerlo bajando Francisco Martí Mora en hora de salida de colegios por lo que a la triple fila de coches aparcados hay que unir los buses de la EMT y las aceras repletas de pequeños excitados tras salir de una dura jornada colegial.
Por deformación profesional casi todo lo convierto en un partido de fútbol y me imagino que soy Modric intentando driblar a uno y otro para ganar espacio y seguir hacia puerta sin perder la verticalidad, algo que no es fácil hoy en día. Sin ir más lejos una de estas tardes un joven de unos veinte años andaba mirando el móvil y se golpeó con una papelera perdiendo el equilibrio y a su vez perdiendo el móvil que se estrelló en el asfalto. Me dio casi por pedir el VAR para confirmar si fue un encontronazo voluntario o provocado.
Supongo que ves tanto fútbol durante la semana que llega un momento en el que pierdes el sentido de la realidad. Porque el maldito teléfono, como le sucedió a ese joven, nos ha hecho perder el sentido incluso de la orientación. La plaga de patinetes es un peligro constante, pero no lo es menos los que van por ahí wasapeando por la acera confiando en que seas tú quien se aparte de su camino. El peatón con manos en los bolsillos es un peatón raro, en extinción. O vas en patinete o vas mirando el móvil. No creo que sea tan necesario estar continuamente conectado para no poder caminar como hemos hecho toda la vida sin estar pegados a ese aparato diabólico que dirige, marca, controla y ordena nuestras vidas.